lunes, 3 de marzo de 2014

Ellos

3/marzo/2014'

El caminaba con prisa al lugar acordado. Curiosa hora para encontrarse en medio de la nada, justo donde invisible y sin importancia se unen, aquella extensión de césped semi abandonada excepto por algunas vacas que a veces se dignan a pastar ahí.
El sol comienza a morir dejando su rastro sanguinoliento en el cielo. El suspira y apresura el paso, notando una agujeta de sus ya muy desgastados deportivos desatada. Se resigna a pensar en gastar sus escondidos ahorros en unas chuck’s rojas nuevas, pero quien quita y no es necesario. Quien quita y esas duran un poco más.
Nota con agrado como las nubes le siguen en su trayecto, haciendo un camino que de por el ser le llevarían directo al cielo. Sin embargo hoy no es posible, hoy tiene un encuentro.
Con ella.
Ella que está sentada bajo el árbol seleccionado esperando. Sus manos acariciando distraídamente el pasto mientras se pregunta cuál es el motivo urgente que él ha citado. Ella notó la urgencia en su voz, y comienza a desesperarse por no tener noticias del otro.
Alza la cabeza y cierra los ojos, dejando que la brisa acaricie la piel de su cara y eleve al viento su bufanda.  Nota pisadas acercándose y se prepara mentalmente para ser lo que el necesite. Una consejera, una amiga, una hermana.
El olor a otoño aumenta y solo piensa en la suerte de haber traído su gorro, ese rojo tan suavecito que en algún momento tejió su abuela antes de morir.
El se sienta a lado de ella.
La conexión empieza, pues con esta simple acción ella se da cuenta de lo que siente él, y llevándose una mano a la boca se asombra. ¿Por qué esta tan triste? ¿Qué le ha sucedido? ¿Ha hecho algo malo ella, o es que habrá cometido alguna falta él?
La mirada café buscando la oscura, descifrando el misterio, y el no hace más que atraerla hacia su cuerpo, al corazón, al alma en busca de consuelo. En busca de algo que calme el dolor que lleva dentro.
Se rodean con los brazos fuerte, torpe. Desacostumbrados al contacto, el se decide a descansar la cabeza contra el femenino cuello, respirando sobre la piel que ignorante a su efecto eriza, estremece. Al notar el aroma a fresas que el cabello de ella desprende, el suspira una vez más y un millón de perlas de cristal acude a sus ojos, para terminar su transformación trágica en lágrimas que a sus mejillas desbordan.
Ella no sabe qué hacer; en su casa los hombres nunca lloran, solo tragan su dolor y lo convierten en furia posterior. ¿Qué hacer cuando el hombre que más admiras llena tu camiseta favorita de lágrimas y dolor?
Y decide hacer lo único que a ella le calma cuando siente angustia: Le canta. Primero en voz baja, temblorosa y triste, para después ir elevando las notas hasta convertirlo en un canto seguro al tiempo que una mano acaricia la ancha espalda y la otra el revuelto cabello.
Se mecen ambos como si fueran apenas unos niños, y se miran a los ojos buscando infinitos. El se siente seguro en los brazos de ella y ella se siente segura con él.
El termina por olvidar su tristeza, maravillado con la fuerza de la chica que supo calmarlo. Decide dejar en el pasado la fuente del dolor, la cajetilla de cigarros en el bolsillo izquierdo, y la navaja que suele adornar sus brazos en el derecho. Cambia todo eso por contar las pecas del rostro de ella.
Ella se da cuenta que a pesar de que su mamá la espera para la cena, y sus hermanos le riñan por estar en compañía de él, todo ha valido la pena.
Porque ya no son ella y el…
…ya son ELLOS. 



https://www.youtube.com/watch?v=oIHaNh3jRXg