lunes, 26 de enero de 2015

Vistazo

-¿Seb?-la voz de Miranda es cautelosa al abrir la puerta de su propia habitación. Reconoce el inconfundible aroma a alcohol mezclado con humo de cigarrillos. La puerta rechina un poco al girar sobre sus goznes y descubre la estancia en total oscuridad, interrumpida únicamente por la tenue luz que por la ventana entra, quizá de la luna, de las estrellas o de alguna farola. El silencio es inquietante, y al adaptar la vista a la oscuridad descubre al chico tumbado en la alfombra, justo entre la cama y el tocador, con la mirada fija en el techo. Ella entra de la manera más discreta posible y cierra la puerta con lentitud, pues teme que el reaccione con violencia, que sea agresivo, que se vuelva animal. –Aquí estas.

-Tienes miedo-acusa el, sin dignarse a dirigirle la mirada. Ella aun lleva el vestido ligero que por la fiesta se puso, pero ha dejado los tacones en algún punto de las escaleras. El cabello que estaba atado de manera firme en un moño ahora se desparrama sin control sobre los hombros, y el maquillaje adorna una cara de consternación profunda. –Miranda, tienes miedo de mí.

-Seb…-decide que negar una verdad tan irrefutable sería un movimiento estúpido y apuesta por acomodarse en la alfombra, a una distancia prudente de él, que parece más alto que nunca en sus desgarbados pantalones rotos y la camisa de vestir azul. Dirige también la mirada al techo, mientras siente los latidos de su corazón desbocarse en respuesta al miedo. Las manos le tiemblan un poco y respira profundo para evitar que la voz también le tiemble-Nunca te había visto así. Golpeaste a Marco-ella intenta decirlo de la manera más plana, menos molesta.-Casi golpeas a mi tío. Le gritaste a tu hermana y luego…

-Y luego vine aquí, tome los cigarros de tu gaveta, fume dos y espere a que vinieras-la voz de él es calmada. Ambos toman una respiración profunda y el silencio flota en el aire cálido de esa noche de octubre. Pasados algunos minutos el dirige la cara en dirección a ella y estira una mano, como cuando noches atrás entrelazaron sus dedos. Miranda no sabe cómo reaccionar, pues lleva algunos minutos pensando que está estrechando lazos con un completo desconocido. –No te voy a hacer daño. No quiero hacerlo-susurra el-¿Recuerdas que he dicho lo mucho que me gusta tu sonrisa?

Miranda asiente y en un gesto mudo le toma la mano, sin embargo no hace nada por acercarse. El espacio entre la cama y el tocador es pequeño, y ella lo siente empequeñecer aún más al sentir la intensa mirada de Sebastián sobre ella. Si tiene que sincerarse consigo misma, nunca ha sabido cómo reaccionar ante él.

-Seb, yo… bueno… tienes que saber que Marco no me haría ningún daño, ¿sabes?...-decidió dejar la frase danzando en el aire, buscando los abstractos motivos que orillarían a ese raro chico a golpear a su pretendiente. La nariz de Marco estaba rota, y aunque ella brindo los primeros auxilios, no lo acompaño al hospital. ¿Por qué? ¿Por qué no le nació seguirle y asegurarse de que estuviera bien? ¿Por qué, en lugar de eso, se encuentra acostada en la alfombra tomando la mano del agresor?

-Yo… lo sé. ¿Quieres oír una historia?-Los ojos de Miranda y Sebastián chocan. Ella no entiende como él siempre tiene imaginación para historias, aun en un momento tan delicado como aquel. Asiente con la cabeza, preguntándose cuál será la creación de esta ocasión.-Bien. Había una vez una familia como cualquier otra.-el carraspea, la voz ronca por el cigarro y suspira antes de continuar-Mamá, papá, hermana, hermano. Ellos llevaban una vida de lo más normal. Los niños gustaban de jugar, y algunas veces cuando papá y mamá no podían cuidarlos, los llevaban a la casa del tío. Ahí también se divertían muchas veces, pero en algún punto, la cosa cambio.-Miranda notó como al voz del narrador se oscurecía conforme avanzaba el relato, y decidió voltear la cara en dirección a él, quedando sus rostros encontrados. Su expresión mostraba confusión y estar concentrado en algo-A veces el tío tomaba al niño pequeño y lo llevaba aparte. Se encerraba con él en una habitación y…

-No continúes, sino quieres.-Miranda se sorprende de la tranquilidad que logra imprimir en su propia voz, pues por un minuto imaginó a un pequeño niño parecido a su hermano vivir una situación así y el corazón se le estruja. Pequeñas lágrimas del tamaño de apenas una perlita escapan de sus ojos y hace pucheros involuntarios.

-Quiero hacerlo. Se encerraba con él en una habitación y las primeras veces solo le decía sobre el lindo niño que era, pero… pero después empezó a tocarlo. Y después a hacer otras cosas.  Y el niño nunca dijo nada, porque… porque…-Sebastián largo un sollozo involuntario para después empezar a convulsionar entre miles de ellos llenos de sufrimiento. Miranda le soltó la mano y rápidamente se acercó a él, logrando incorporarlo. Después se sentó detrás de él, colocándolo entre sus piernas con la espalda de el pegada a su pecho, de manera que pudiera acariciar su cabello, su cuello y ofrecerle un abrazo al mismo tiempo, pues según leyó en numerosos estudios de investigación era el mejor apoyo para una persona en ese estado.

Nunca se había escuchado semejante llanto en esa casa y menos proveniente de un hombre. Dicho sonido era enmascarado por el sonido de la fiesta que había continuado su curso en el piso de abajo. El solo lloraba y lloraba mientras sentía que la tristeza huía a raudales a través de las lágrimas que hacían su camino por su cara, cuello, cuerpo…

-Duele, lo sé-empezó a susurrarle ella al oído, con cariño y el alma en la mano-pero encontraremos la manera de que estés bien. Eres muy fuerte y tienes personas que te aman dispuestas a dar todo por ti.  Lo superaras, yo sé que lo harás…

Tras algunos angustiantes minutos más, el finalmente dejo de llorar. No se sentía avergonzado ante ella, pues había desnudado su alma y ella no había huido, continuaba ahí, con una mano alrededor de su tórax y la otra acariciando las finas hebras de su cabello.

-¿Quieres dormir un poco?-cuestionó, con esa amabilidad que la caracteriza.

-Me da un poco de miedo. No quiero tener pesadillas-Miranda se sorprende, francamente, de que un chico tan rudo  haya llorado en sus brazos y confiese tener malos sueños. De que precisamente el, Seb, este así. Pero lo entiende y asiente levemente.

-Hay un atrapasueños colgando de mi cama, y si quieres, me quedaré contigo para espantar esos malos sueños personalmente-Ella se da cuenta de que le ha hablado como si fuera uno de los pequeños pacientitos que suele tratar en el hospital y se queda pasmada cuando el asiente e incorporándose la toma de la mano y se dirige a su cama.

Ella siente el cuerpo arder de vergüenza, pues nunca ha compartido la cama con un hombre en ningún sentido. En dos rápidos pasos se acerca a asegurar la puerta y después saca las cobijas, le quita los zapatos y lo empuja levemente a la cama, para enseguida repetir el procedimiento consigo misma. Le toma un minuto entero decidirlo, pero se acerca a él y le abraza, invitándolo a acomodarse, a lo que él responde apoyando la cabeza en su pecho, oyendo justamente los alocados latidos de su corazón.

-Yo… recordé todo lo que te conté y me dio miedo el pensar que Marco pudiera hacerte algo. Sé que es ilógico, pero él no me da confianza… y luego tu tío estaba ahí, sin hacer nada, y yo… simplemente no pude manejarlo. –Miranda asintió ante la declaración y continúo acariciándole la cabeza, cuya sensación podría volverse adictiva. Estiró las piernas bajo el calientito edredón y cerro por un momento los ojos.

-Gracias por defenderme, pero tienes que entender que estaré bien. No soy frágil, se me cuidar sola. Y sobre todo, confió en mis decisiones.-el, de alguna manera, se abrazó más a ella.

-Lo sé, pero tú tienes que entender que no soportaría que te pase algo. Sam y tú son mi todo.-un silencio solemne se extendió entre ambos.


-Malos sueños, malos sueños, váyanse. Buenos sueños, buenos sueños, quédense. –nuevamente el silencio precedió a las palabras, pero esta vez era un silencio reflexivo que ninguno estuvo dispuesto a romper, excepto con sus acompasadas respiraciones cuando estuvieron dormidos.