jueves, 22 de febrero de 2018

Ansiedad


El verdadero proceso de sentir amor comenzó en la ruptura. Justo cuando de su boca salía que todo había llegado a su fin –en ese preciso momento- la vida me iluminó y descubrí que realmente había logrado desarrollar sentimientos.

Intenté convencerme mucho tiempo de que era el sentimiento de perdedor, que al verme sin ti, simplemente te quería de vuelta para demostrarme a mí misma que había “ganado”.  La cosa es que han pasado meses y de repente te sigo extrañando.

¿Te acuerdas que una vez vimos una película malísima, que ambos odiamos? El otro día al hacer zapping en la tele salió un comercial de ella y todo vino con lujo de detalles hacia mí: Tu lunar arriba del ombligo, como me hiciste reír, besar tu codo porque estaba segura de que nadie más lo había besado y convertirlo en “mío”, comer tanto y tan mal, tus manos paseando por mi cabello e incluso el olor de tu jabón corporal.  Regresé en el tiempo a esos días en los que simplemente nos acostábamos a oír música y platicar del trabajo, del estrés, de tu gastritis y mi lumbalgia, de las personas que ese día te habían saludado y las que a mí me habían hecho reír. “Tú siempre ríes” declarabas maravillado mientras tus ojos veían a conciencia como se erizaba mi piel.

Y sin embargo cuando llegaba a casa todo eso se desvanecía y los pensamientos que habías hecho surgir se borraban con una facilidad que me asustaba. De repente era otra vez ese manojo de ansias, de manías, de melancolía mal difuminada y siempre azul. Ponía la cabeza en la almohada y ya no pasabas por mi mente sino más bien estaban todos esos ejercicios  de contar cosas, de imaginarme en praderas y en ellos jamás estabas junto a mí.

¿Por qué, entonces, es tan doloroso saberte lejos? ¿Por qué siento que fallé al no saberte querer? ¿Al estar tan encerrada en mí, en mi desastre, y jamás apreciar lo que fuiste, lo que eres? La sonrisa de oreja a oreja al oír mis problemas y aquellas formas tan simples de intentar hacerme sentir mejor. Aquel día que -sin decirte nada y sin tu saber- llegaste a mi casa sin avisar tan contento a robarme un beso porque “todos merecemos un beso hoy”. “Pero todos los días son hoy” contesté y tú solo te reíste y ahora sé que lo hacías previniendo la ausencia de tan preciado gesto.

A veces pienso en pedirte que vuelvas y jurarte que voy a cambiar pero mi conciencia lo impide. No puedo deshacerme de mi forma de pensar. No puedo evitar, al final de la noche, dejarte e ir a mi cama a dormir pues compartir la tuya me provocaba taquicardia. No puedo hacer que mis manos dejen de sudar frío cuando en un arranque te decides a tomarlas. No puedo dejar de aterrorizarme cuando hablas de “por siempres” y “seriedad”. ¿Qué ofrezco sino un manojo de ironía, de crueldad sin pensar, de maldad? 

Y supongo que me conformaré con saberte feliz. ¿Lo eres? No lo sé. ¿Te hace feliz estar solo, como llenas el tiempo? ¿Te ha gustado que venga tu madre a verte? ¿Por qué vino? ¿Está todo bien? ¿Te gustó el telescopio que mandé? ¿Cuándo tomas té aun piensas en mí?


Perdón. Por todo. Ya no escribiré sobre ti.