El verdadero proceso de sentir amor comenzó en la ruptura.
Justo cuando de su boca salía que todo había llegado a su fin –en ese preciso
momento- la vida me iluminó y descubrí que realmente había logrado desarrollar
sentimientos.
Intenté convencerme mucho tiempo de que era el sentimiento
de perdedor, que al verme sin ti, simplemente te quería de vuelta para
demostrarme a mí misma que había “ganado”.
La cosa es que han pasado meses y de repente te sigo extrañando.
¿Te acuerdas que una vez vimos una película malísima, que
ambos odiamos? El otro día al hacer zapping en la tele salió un comercial de
ella y todo vino con lujo de detalles hacia mí: Tu lunar arriba del ombligo,
como me hiciste reír, besar tu codo porque estaba segura de que nadie más lo
había besado y convertirlo en “mío”, comer tanto y tan mal, tus manos paseando
por mi cabello e incluso el olor de tu jabón corporal. Regresé en el tiempo a esos días en los que
simplemente nos acostábamos a oír música y platicar del trabajo, del estrés, de
tu gastritis y mi lumbalgia, de las personas que ese día te habían saludado y
las que a mí me habían hecho reír. “Tú siempre ríes” declarabas maravillado
mientras tus ojos veían a conciencia como se erizaba mi piel.
Y sin embargo cuando llegaba a casa todo eso se desvanecía y
los pensamientos que habías hecho surgir se borraban con una facilidad que me
asustaba. De repente era otra vez ese manojo de ansias, de manías, de melancolía
mal difuminada y siempre azul. Ponía la cabeza en la almohada y ya no pasabas
por mi mente sino más bien estaban todos esos ejercicios de contar cosas, de imaginarme en praderas y
en ellos jamás estabas junto a mí.
¿Por qué, entonces, es tan doloroso saberte lejos? ¿Por qué
siento que fallé al no saberte querer? ¿Al estar tan encerrada en mí, en mi
desastre, y jamás apreciar lo que fuiste, lo que eres? La sonrisa de oreja a
oreja al oír mis problemas y aquellas formas tan simples de intentar hacerme
sentir mejor. Aquel día que -sin decirte nada y sin tu saber- llegaste a mi casa
sin avisar tan contento a robarme un beso porque “todos merecemos un beso hoy”.
“Pero todos los días son hoy” contesté y tú solo te reíste y ahora sé que lo hacías
previniendo la ausencia de tan preciado gesto.
A veces pienso en pedirte que vuelvas y jurarte que voy a
cambiar pero mi conciencia lo impide. No puedo deshacerme de mi forma de
pensar. No puedo evitar, al final de la noche, dejarte e ir a mi cama a dormir
pues compartir la tuya me provocaba taquicardia. No puedo hacer que mis manos
dejen de sudar frío cuando en un arranque te decides a tomarlas. No puedo dejar
de aterrorizarme cuando hablas de “por siempres” y “seriedad”. ¿Qué ofrezco
sino un manojo de ironía, de crueldad sin pensar, de maldad?
Y supongo que me conformaré con saberte feliz. ¿Lo eres? No lo sé. ¿Te hace
feliz estar solo, como llenas el tiempo? ¿Te ha gustado que venga tu madre a
verte? ¿Por qué vino? ¿Está todo bien? ¿Te gustó el telescopio que mandé? ¿Cuándo
tomas té aun piensas en mí?
Perdón. Por todo. Ya no escribiré sobre ti.
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