La culpa es mía. Es mía porque yo pensé que podría
funcionar. Porque un día conocí tu sonrisa y todo parecía ir viento en popa.
Porque te creí. Creí lo que decían tus ojos y lo que tus
brazos le contaban a los míos y la verdad es que a veces todavía lo creo. Me
acuerdo de aquellos días en que con ojos risueños me decías que me quedara a
dormir y yo huía; ahora pienso que quizá mi sentido de auto preservación está
altamente desarrollado, pues si hubiera dormido contigo una sola vez esta épica
historia de olvido estaría destinada al imposibilismo.
La culpa es mía, porque pensaba en ti con las canciones que
te dignabas a enseñarme. ¿Por qué de repente el soundtrack de watchmen me hace
llorar? Arruinaste tantas cosas para mí. Ahora cada que me pongo mi pijama de
Star Wars –esa que dijiste que era sexy- ni siquiera puedo verme al espejo.
Cuando veo algún auto como el tuyo se me encoge el corazón acordándome de las
miles de veces en que fuimos al cine y
con la tranquilidad de quien reconoce el terreno como suyo acariciabas mis
piernas (“Me encanta que siempre uses vestidos”).
La culpa es mía porque debí huir cuando tuve oportunidad.
Esa vez en que, mientras veíamos videos en tu teléfono, te llegó el mensaje de
alguna otra chica (¿Si funcionó con Blanca?) o aquella otra en que me contabas
tus planes del futuro (Terminar el servicio social, irse a otra ciudad, tener
ahora si una relación “seria”). Todo
eran banderas rojas y yo me fingí daltónica.
La culpa es mía porque te deje verme herida, desecha,
llorar, te conté lo que hacía mi alma desangrar y porque a veces me sentía una
herida andante y lo entendiste y me consolaste. Me hiciste creer que te
importaba, que bueno eres fingiendo.
Por último la culpa es mía porque cuando te conocí me
prometí que en cuanto desarrollara alguna especie de sentimiento me alejaría y
no lo hice. Me fallé. Me abandoné. Me puse en segundo lugar y a ti primero. Si
decías blanco yo estaría de acuerdo aunque mi corazón sintiera negro. Porque te reías, porque me humillaste, porque
jugaste conmigo y a sabiendas yo decidí quedarme. Lograste que me odiara cuando
yo ya me amaba y aceptaba. Lograste que ahogara sollozos en la almohada cada
noche por tanto tiempo…
Lograste que este aquí, como idiota, escribiéndote cuando
jamás me leerás. Que este aquí, pensando en ti. Que camine por la vida como
zombie intentando hacer mi vida normal y de repente, al calentar la comida en
el micro o ponerme los zapatos, me acuerde de ti y una punzada de quien sabe que
chingados me atraviese.
Debería ser mi culpa odiarte y no puedo.