domingo, 27 de octubre de 2019

Match


Hoy hiciste match.

Cuando decidimos que era lógico encontrar el amor al alcance de un click, nos emocionamos más por la idea de la búsqueda que por realmente el resultado. Basta con introducir unos cuantos datos, alguna foto donde no salgas tan mal, ser más o menos gracioso y obtener una cita.

La espiral que viene después es tan igual siempre que hasta parece redundante describirlo: La primera vez que se ven, las mariposas bailando en el estómago, el secreto miedo de que sea un criminal (saca órganos, viola personas, asesino de perritos…), encontrarse, hacer un check list mental (si es alto, si es moreno, si es gracioso, si es un humano), tener un encuentro ciertamente incomodo donde existirán las típicas preguntas (¿qué música escuchas? ¿te gusta tu trabajo? ¿cuál es tu comida favorita?) y si no te cae tan mal, terminar la cita temprano. ¿Está bien besarse después de un primer encuentro?

Al llegar a casa sabes que te escribirá un whatsapp: “La pase muy bien hoy”. Escribes y borras miles de millones de mensajes, para terminar contentándote con un “yo también”. Quedan para una segunda ocasión y se repite la rutina con la diferencia de que ahora estas plenamente segura de que no es un catfish. El dude se esfuerza en ser simpático, te hace reír unas cuantas veces, dice que le gusta platicar contigo. “No eres igual a las demás”, “eres muy divertida”, “eres madura para tu edad”… y apenas Dios sabe cuánto te esfuerzas por creerle.

Después de la tercera cita te parece normal pensar en un encuentro físico y le invitas a pasar a tu casa. Se siente tan extraño no saber por dónde empezar… ¿no debería ser el acto más natural entre dos humanos? Su forma torpe de conocerte, de descubrir tus secretos, de acariciar por primera vez tu piel. Los nervios no dejan que sea completamente bueno pero tampoco es tú peor.

Y ahí empiezas a caminar en una línea fina y delgada. ¿Cómo se supone que etiquete esto? ¿Soy su novia? No lo pidió. ¿Soy su amiga? Empezamos en citas. ¿Qué soy?... y no te atreves a preguntar, para no tener un momento incomodo más. Simplemente decides que dejarás que la vida decida.

Pero la vida no decide. Te hundiste en una zona de confort… ya diste tu cuerpo y no obtuviste el compromiso. Por dentro no puedes evitar sentirte mal porque te comparas con tus amigas, quienes tienen relaciones tradicionales, preciosas, publicables.  ¿Qué tienes tú en comparación? El poco tiempo que una persona decide donarte cada tres días, breves besos en la mejilla al despedirse, quizá un follow en instagram.

No es suficiente. ¿O es que tú no eres suficiente? ¿Por qué no quiere iniciar un compromiso contigo? ¿Quizá debes retirarte? ¿Es momento de pulir la ya olvidada dignidad que tenías y decir “gracias, pero ya no te necesito”? ¿Quién proveerá ahora todos los besos que él te da? ¿Tienes que volver a empezar todo el sistema de encontrar a alguien, salir, intentar por todos los medios que te caiga bien?
Lo dejas ser.

Hasta que un domingo insomne piensas que a lo mejor le haces un favor dejándolo ir. No puedes evitar pensar de forma ansiosa en cómo se dará esa conversación, en que tan complicado será para ti decirlo sin llorar, en cuál será su respuesta.

No te preocupes, pequeña, él te dejará ir sin ningún problema porque en el fondo de su ser sabe que no te quiere y lo sabes tú también.

¿Cuándo nos volvimos tan desechables?

Entonces das al match otra vez y…