viernes, 15 de noviembre de 2013

Para mi hermana, y claro, su panza.

15/noviembre/2013'<3

Hay momentos en la vida de toda persona que son tristes, decepcionantes, dolorosos, deprimentes, e incluso, crueles. Recuerdos de situaciones que en dado momento te han hecho sufrir, derramar algunas lágrimas y orillan a pensar que la vida no tiene más sentido, que es quizá más de lo que podemos manejar y que simplemente el humano está hecho para reír, no para llorar.
Pero todo eso no es cierto.
El primer sonido de cualquier humano al llegar al mundo, es un llanto. Débil o potente, inducido o propio, producido por unos pequeños pulmones propios de un ser que en ese momento jamás se imagina que serán precisamente las lagrimas las que marquen más profundamente su existencia.
En este momento hay aproximadamente 3 623 181  embarazos solamente en mi país. Casi cuatro millones de bebes que, albergados en el vientre de una madre, esperan ansiosamente a conocer el mundo. Al poner tantos ceros a un número, creo estar hablando de una cifra exorbitante, pero cuando una persona allegada a ti te dice que ella es quizá el último dígito de esa monstruosa cifra, todo cobra otro sentido, todo parece de pronto un poco más real.
Y es que hoy me he enterado de que, por primera vez en mi vida, seré tía.
Nadie puede tener una idea de la cantidad de veces que lo desee, dije y pedí expresamente. Sonreía, y medio en broma, medio en verdad, siempre usaba la misma clase de expresiones burlescas y con tinte sarcástico. Hoy, que es una realidad, me admiro porque no puedo concebir que mi hermana, aquella con la que compartía habitación, muñecas, cepillos y una vez crecida incluso ropa, vaya a tener un bebé.
 He meditado filosóficamente al respecto (bueno, tan filosóficamente como me lo permite el oír a los Smiths y ver el techo de mi habitación) y no llego a nada claro. Primero decidí dejarlo pasar por alto, felicite educadamente y seguí con mi vida. No habían pasado siquiera cinco días cuando me descubrí observando juguetes para bebé en una tienda departamental, siete días y sonreír al ver fotos de bebés en mis clases de enfermería, y por último, once días después deliberando conmigo misma si sería mejor un sobrino hombre o una sobrina mujer y que nombre sería bonito.
¡Mierda!
¡Estoy emocionadísima!
Admito que los bebés suelen parecerme unas masas productoras de materia fecal y consumidoras inagotables de alimento y pañales. Incluso, cuando nacen no tienen el aspecto precisamente encantador que todos imaginan, y a pesar de que trabajaré con ellos, no son mis seres favoritos en el universo hasta que más o menos aprenden a ir al baño. Pero pensar repentinamente en un niñito en la familia, en alguien diciéndole a mi mamá “abuela”, a mis hermanos cargando al futuro malcriado de la familia me hace replantearme las cosas.
Es como encender una luz extraña dentro de todos que nos mantiene expectantes a lo que pueda suceder, a cómo será,  a si le podré enseñar a decir malas palabras, o si lo podré pasear en mi auto. A si podre comprarle dulces como para podrir su dentadura (y la de mil niños más) y a si será posible enseñarle desde muy muy pequeño a venerar a los Beatles.
Y es entonces cuando caigo en cuenta de la eternidad que falta para que nazca, y guardo mi emoción antes oculta en un pequeño baúl, justo al lado del corazón. Sé que cada latido provocara un bamboleo en este, provocando un sonido similar al que hacen los piecitos de un niño al caminar por tu vida.

Te esperamos con ansia, pequeño/a. 

1 comentario:

Unknown dijo...

Hey... es como cuando me enteré que iba a ser tio... C: aunque ya soy tío... :3 pero es genial la sensación!