Te conocí cuando tenías 30.
La primera vez que nos vimos, juras que pensaste que me veía
menor pero aun así sonreíste y me llevaste a una de las citas más sencillas que
he tenido en mi vida. Vestías una camisa azul, jeans y olías precioso; ese día
usaste tus lentes y jamás lo dije pero me pareces más guapo con ellos puestos.
Platicamos de todo y de nada. Me agarraste la mano y se sintió
muy natural. Recuerdo pensar “ojala me bese” y cuando por fin lo hiciste tus
labios sabían a cielo, a cerveza indio, a calor, a nuevo.
Hablamos de música hasta que quedó claro que nuestros gustos
no eran muy distintos. Alguna vez me contaste de tu banda de música en la prepa
y yo de cómo me gusta cantar pero no puedo hacerlo frente a alguien. Por esos
días en que apenas nos conocíamos falleció mi abuela; recuerdo con claridad
como querías que ese día te viera y cuando te explique por qué no lo haría ni
siquiera me diste condolencias.
Apenas unas semanas después cumpliste 31.
¿Te acuerdas como saliste de tu guardia, manejaste a mi
casa, me marcaste y me dijiste “solo quería un beso tuyo de cumpleaños”? Yo
había pensado en comprar un regalo pero me pareció demasiado pronto, no quería
asustarte. Te di el beso más dulce que he dado y con una sonrisa tímida grité
para mis adentros “te quiero”.
Cuando recuerdo esos días no puedo evitar pensar que ojalá
hubieses dejado de hablarme cuando hice mi viaje. Te dije “me voy un mes” y
bufaste, no me creíste, tanto dudaste de
mis palabras que ni siquiera me mandaste un mensaje diciendo adiós. Empaqué en
mis maletas ropa, suéteres y resignación de que te estaba dejando atrás también
a ti. Conocí nuevos lugares, nuevas personas, regresé a mi familia, cumplí años
(no me felicitaste), me amaron y tú no
dejabas de escribirme. Quisiera que entendieras lo que yo pensaba con esos
mensajes pero sobre todo lo que yo sentía. ¿Por qué me procura si estando allá
tiende a ignorarme?
Apenas aterricé corriste a mis brazos, a llenarme de besos,
a escuchar mis anécdotas, a contarme las tuyas, a recostarte en mi pecho y
mientras acariciaba tu pelo decirme entre susurros “te extrañé”. Sobra decir
que te creí.
Recuerdo con cariño esos días de otoño en que hacíamos un
poco de todo juntos, en que fuimos a la premier de Star Wars, en que vimos mil
y un películas, en que cuando me vestía apresurada para irme te ponías a mal
cantar una canción, en que besé cada uno de tus lunares… hasta que volviéramos a
dejar de hablar por días, a que en navidad no te acordaras de mí, a que me
contarás ahogado de borracho como es que volviste a besar a tu ex.
Cumpliste 32 un día lluvioso.
Te escribí el mensaje más escueto de cumpleaños que he
escrito jamás. Inmediatamente me marcaste y preguntaste en el tono más casual “¿qué
harás hoy?” divertida contesté “quizá festejar por ti” y me prometí con el alma
en la mano que no iba a acudir a ti. Que así como tu ignoraste mi cumpleaños,
yo iba a ignorar el tuyo… súper lastimero me dijiste que nadie pudo festejar
contigo porque todos estaban de guardia y te abracé y sostuve tu mano tanto
tiempo como pude. Entiendo que viste con facilidad a través de mis ojos que yo
hubiera cruzado el océano por ti.
Un mes después me comunicaste que tu tiempo en la ciudad (y
el estado) había llegado a su fin, que tus sueños por fin estaban cumpliéndose y
que era hora de irse. Ese día yo trabajaba y acepté que te irías y no nos
veríamos. Que te estaba dejando ir con toda la paz del mundo. A que tu ciclo
terminaba y con él, “nosotros” también terminábamos.
Pero una vez más tomaste tu armadura reluciente de caballero
y esperaste a que saliera para llegar directo a casa, robarme mil besos más y
decir que no podías irte de la pinche ciudad sin verme a mí.
Una vez más pensé que la distancia era nuestro final pero te
encantaba contarme tus aventuras. “Eres lo más hermoso que he visto”, “el día
que vuelva, ese mismo día iré a tu casa a darte el beso de tu vida”. Palabras vacías,
como si no existiera el alma caritativa que me confiara en total secreto lo que
hiciste en ese lugar y con quien. Como
si no me fuera a enterar cuando volviste y que te sobraron días para verme y no
lo hiciste. Palabras del mismo humo de tu cigarro, del mismo humo que estas hecho tú.
¡Pinche destino! Te regreso directito a donde creímos que
jamás ibas a volver, apenas a unos kilómetros de mí. Me contaste divertido lo
cerca que íbamos a estar y con toda la sinceridad que mi ser alberga quise
desearte que te fueras mucho a la chingada. Apenas Dios sabe lo mucho que me he empeñado
en dejarte ir, en bloquearte, en no seguir aburriendo a mis amigos con tus
historias. Solo mamá sabe lo mucho que te sufrí, lo mucho que me doliste, lo
desecha que me hiciste sentir y el trabajo monumental que fue renacer y darme
cuenta que mi cariño es demasiado puro para ti.
Tú ya estabas dañado. Ya no confías. Te permites soñar, como
aquella noche que fingí dormir entre tus brazos y entre besos en la frente me
susurraste la vida que imaginabas juntos, el bebé, la casa, mi sonrisa, mi voz cantándote,
la maravilla que te resultaba mi cuerpo, tus manos protegiéndome… para en la
mañana siguiente portarte frio como la chingada y entre apuro y mal humor ni
siquiera decirme adiós. No te pude curar, soy enfermera y no te supe curar.
Y hoy cumples 33.
Deseo con el alma que te diviertas con tu familia, que te
consientan, que te hagan sentir todo el amor que yo fui incapaz de hacerte
sentir.
Que rías, que bebas, que fumes, que bailes, que cantes. Que encuentres a aquella persona que borre
todo tu pasado con un pestañeo de sus preciosos ojos y con tu pasado a mí. Que
ya no escribas un día cualquiera en que estoy bien diciendo “ven a verme, yo
pago todo, yo voy por ti, no existen peros cuando se quiere” porque jamás
entendiste que tú eres el único pero.
Espero que estés bien, tan bien que no tengas que recordar
que en tus momentos más bajos yo estuve para ti.
Te amo (pero me amo más a mi).
Felicidades.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario